La Silueta del Detective

Franco Scucchiero
Today’s Coffee Was…
6 min readMar 14, 2020

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Gaby Messuti — La línea piensa.

El dia que todo cambió, Cooper se había despertado un poco más temprano, una pesadilla habría interrumpido su sueño. Un aire que sintió siniestro le recorrió la espalda, haciéndolo sentir liviano. No hacía sentido, el había estado aumentando de peso últimamente producto del estrés y la incertidumbre de su situación. Su cuerpo había comenzado a hacérselo pagar semanas atrás.

Unos rayos de luz se hicieron paso entre las cortinas semi-abiertas. Cooper siempre había utilizado el sol como alarma, lo cual no hizo falta aquella mañana. Extendió sus brazos acariciando toda la sabana mientras disfrutaba su primer bocanada de aire del día. Aun acostado, miró por un momento el otro lado de su cama, deseando encontrar alguien. Decidió regalarse un momento extra para relajarse, de todas formas, ya todo había terminado.

La piel de Cooper era un libro por sí misma. Las arrugas prematuras para su edad, producto del estrés y años de usar ropa apretada e incómoda. El tono amarillento en su boca que dejaron los cigarrillos. Sus pequeñas pero abundantes cicatrices, típicas de alguien que usa el cuerpo como herramienta de trabajo. Los años le estaban pesando, lo delataban los gruñidos y el tiempo que le tomaba levantarse de la cama.

Aquel día Cooper no sintió ganas de desayunar y decidió que recogería un café de camino a casa luego de su reunión de despedida. Aún sacándose las legañas matutinas, apretó sus zapatos desgastados de cuero marrón oscuro que siempre dejaba a los pies del estante justo al lado de la puerta, pero no encontró su pistola reglamentaria que solía dejar en el primer cajón. Se sugirió que debió haberla dejado en la escena del crimen o en el escritorio en la estación. Ambos escenarios eran preocupantes pero entendibles teniendo en cuenta que su cabeza estaba pensando tanto en su retiro, como en su último caso.

Con el característico sabor amargo en la boca que le obsequió el ayuno y su pésima salud dental, salió con el apuro que siempre lleva un detective.

Cooper era un hombre cuyos colegas reconocían por su trabajo cotidianamente y lo apodaban como un apasionado de los robos seriales. Tuvo una larga trayectoria en la fuerza policial que acababa de concluir con el caso más importante de su carrera, un ladrón serial de arte. Siempre prefirió los robos de guante blanco pues por lo general no son violentos, y son más parecidos a una guerra fría, un ajedrez entre dos bandos que él solo está dispuesto a ganar.

Los años y algunos casos terroríficos hicieron que Cooper fuese perdiendo la cordura. Desarrolló comportamientos obsesivos y a veces oscuros que se manifestaban ante la menor de las frustraciones . En sus investigaciones más difíciles, Cooper no podía evitar entrevistar a los detenidos hasta sacarles la última gota de información, varias veces comportándose de forma violenta. El quería confirmar que todos sus suposiciones hayan sido correctas, y por lo general lo eran.

El protagonista de lo que fue la cumbre de su carrera se llamaba Edwin, un joven canadiense que ya acumulaba incalculables millones de euros en obras de arte robadas.

Era de gran interés porque en uno de sus ilícitos, afectó a la persona equivocada. Digamos que secuestrar un cuadro de invaluable valor sentimental a un oligarca con muchos contactos en la policía, no fue su mejor movimiento.

Para resolver el caso Cooper fue puesto a cargo de 10 agentes de inteligencia. El cuadro debía aparecer cueste lo que cueste.

No necesitaron saber mucho del sospechoso, pero tras meses y meses de analizar todas las visitas en museos con denuncias de robos, consiguieron dar con su nombre.

Con los años experiencia, Cooper se dio cuenta que en verdad debía concentrarse en identificar el patrón de las acciones en vez de la identidad del sospechoso. Al final del dia, si un caso llegaba a sus manos, era porque el ladrón era suficientemente astuto para cubrir su identidad. Mantener el anonimato era además una peculiar técnica que le ayudaba a mantenerse imparcial y no comprometerse sentimentalmente con el caso.

Por la naturaleza del arte que se encontraba perdido, Cooper dedujo que el ladrón solo robaba piezas para regalar a su presunta prometida, partícipe necesaria de los crímenes que además presenció los mismos museos robados.

Decidió poner a prueba esta premisa con una elaborada pero falsa puesta en escena en la que se publicitaria una de las exhibiciones de arte más épicas de los últimos tiempos. Un escenario que fue irresistible para Edwin.

Camino a la comisaría en la que trabajaba, Cooper comenzó a pelear contra un dolor de cabeza. Mientras fantaseaba con su inminente y calurosa despedida, se dio cuenta lo nublada que estaba su memoria. Quizás el caso más importante de su vida había sido ayer, y él podía recordar apenas fragmentos. Se perdonó la memoria con la excusa de que la parafernalia de cosas por las que estaba pasando lo habrían puesto bajo mucha ansiedad, afectando entre otras cosas su capacidad retentiva.

— Buen dia mi gente. Utilizó como frase de entrada, mientras miraba su reloj que aparentemente se había quedado sin baterías.

Cuando levanta la vista se sorprendio al ver que todavia no habia llegado nadie, pero inmediatamente se echó una carcajada cuando vio su foto en la mesa de entrada rodeada de flores anunciando: — Que en paz descanse. Este chiste, aunque a veces de mal gusto, era muy común entre sus colegas.

Con aires de nostalgia y entre suspiros triunfales, comienza a recorrer la estación con un paso divagante. Recordar como era años atrás, antes de la última mano de pintura, lo hacia sentir mas joven. Ver su cuadro, ya amarillento, remachado justo arriba de la puerta de la oficina del sector evidencias, era para él un monumento glorioso.

Por su puesto tenía llaves de dicha oficina, donde pasaba la mayor parte del tiempo así que, ¿porqué no darle una vuelta de despedida y de paso confirmar que su arma reglamentaria se encontraba en su escritorio?.

La falta de gente en el lugar hacía que todo parezca más desordenado, o quizás es la primera vez que Cooper se daba el gusto de preocuparse por tal cosa. Lo que sin duda estaba más limpio que nunca era su escritorio, solo había un ramo de Claveles encima de su teclado.

Mirando a su alrededor vio de lejos su pistola sobre la mesa de evidencias, alguien debió haberla recogido de la escena. Estaba dentro de su respectiva bolsa junto a una pila de testimonios y archivos policiales. Tomo estos últimos para leer mientras esperaba a sus compañeros en la mesa de entrada.

Oficial Rajesh

— En ese momento Edwin ya había caído en la trampa y se dirigía a la salida, momento en el que entra la presunta colega en escena con un vehículo e intenta darse a la fuga…

Con la mirada un poco pálida, toma otro testimonio de forma acelerada.

Oficial Vishka

— El vehículo venía se dirigía directo a mi posición por lo que tomo mi arma reglamentaria y efectuó dos disparos que impactan en el parabrisas y en el asiento del copiloto …

Cooper no logra recordar nada de esto. Nervioso esparce los archivos por toda la mesa.

Oficial Gimena

— Luego de que mi compañero del grupo 1 efectúa los primeros disparos, el grupo 2 abre fuego y ahí es cuando se confirma la segunda y tercer baja que fueron Edwin con su colega.

Unas voces interrumpe su lectura. Cooper sale apurado al patio interno de la estación buscando a alguien.

Ahí estaba todo su equipo, de espaldas a él pero de cara a su cuerpo, a punto de ser enterrado. Una pequeña orquesta improvisada por sus camaradas, acompañaban una gigantografía de su busto rodeada de flores. Cooper entendió entonces que su despedida no sería calurosa sino más bien fría y eterna.

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